¡Maravillados y embelesados, los abuelos de todo el mundo contemplamos al recién nacido! Es la vida de una persona que ha de vivir y crecer empapada del amor de los que le rodean, para tener todas las garantías para desarrollarse armónicamente y ser feliz.
A muchos nos ha dejado huella aquella frase de de Saint-Exupéry: Lo esencial es invisible a los ojos. Tratemos de abrir los ojos del corazón para ir descubriendo nuevos sentimientos que nos amplíen la visión de la vida. Y no miremos sólo con los sentidos, contemplemos también con la inteligencia y, así, veremos más allá de lo que es perceptible, y al mismo tiempo ampliaremos la capacidad más propia del ser humano: la capacidad de amar.
La contemplación es imprescindible para ser feliz; nos aligera el espíritu y nos da equilibrio y serenidad personal. Vamos siempre acelerados y nos conviene detenernos, ponderar y vibrar con una nueva ternura. ¡Y, qué mejor motivo que el nacimiento de un nieto!
La experiencia de ser abuelos nos permite sentirnos jóvenes porque se renuevan los ánimos. Y, aparte de la juventud del alma, se renueva la del cuerpo: no hace falta hacerse ningún tipo de tratamiento de estética —si no es del todo imprescindible— porque esta alegría íntima que tenemos los abuelos se expande hacia fuera. Es un privilegio seguir hacia delante y no mirar atrás.
Muchos de nosotros recuperamos el optimismo, sonreímos más y difundimos la buena nueva de un nacimiento a los cuatro vientos. La edad cronológica es la que tiene nuestro cuerpo, la mental depende de nuestros objetivos. Se puede ser viejo no siéndolo, si uno pierde el interés y curiosidad por la vida. Por fortuna se puede ser joven siendo mayor si se está dispuesto a aprovechar que ya no se ha de ir con el mismo ritmo de la época laboral y se practican con más calma las aficiones que teníamos arrinconadas, y éstas, ¿por qué no compaginarlas con las de ejercer de abuelos?
Tenemos la clave para saber cuál es nuestro papel; con la edad hemos ido adquiriendo la madurez suficiente para pasar por alto las banalidades y valorar lo que es esencial, a la vez hemos aprendido a animarnos solos, sin recibir constantes elogios - como necesitan las criaturas – y así poder comprender todo lo que vaya sucediendo en las relaciones con los hijos casados y con los nietos.
Encontrar nuestro lugar
Es de Tolstoi esta frase que puede ayudarnos a encontrar nuestro lugar y ser realistas: El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace. Amemos el papel que nos toca hacer.
Podemos imaginarnos qué vida tan desgraciada tendríamos si a menudo nos dijéramos: “¡ojalá fuera más joven!”, “¡ojalá mis nietos me vinieran a ver más!,“¡ojalá no me hubiera casado!”, “ojalá mis hijos vivieran en casa !”, “¡ojalà tuviera una situación social diferente!”, “¡ojalá mi hija o mi hijo se hubieran casado con uno de los hijos de mis amigos!”, “¡ojalá este nieto no fuera adoptado!”, “¡ojalá mi marido o mi mujer fuera de otra manera!”, “¡ojalá yo tuviera una salud de hierro”! y así mil ejemplos de quejas y de pensamientos negativos que nos convertirían en lloricas e infelices.
Debemos aprender a hacer de abuelos; muchos no tenemos demasiado clara cual es nuestra tarea. Al comienzo nos equivocamos a menudo: o pecamos de excesiva amabilidad y resultamos pelmazos, o de demasiado preocupados y transmitimos desasosiegos, o de muy lejanos por miedo a intervenir y parecemos bastante secos, y un largo etcétera, según la propia personalidad. ¡Que difícil nos resulta tener la cordura para ser oportunos en las acciones! A todos nos cuesta encontrar el término medio.
Y nos preguntamos: ¿los abuelos servimos para malcriar o para educar? Parece de sentido común que la respuesta es “no” en los dos casos; a no ser que, por alguna excepción, se deba sustituir a los padres. Los abuelos no somos los mal criadores oficiales ni los responsables de la educación de los nietos, la responsabilidad es de los padres. Nosotros, ¿cómo lo diría?, seriamos como un brazo que se alarga para continuar allí donde no llegan ellos. Con esta actitud podemos encontrar nuestra realidad.
Comunicación intergeneracional
Se comprenden situaciones en que los abuelos son necesarios para la buena marcha de los hijos y nietos cuando hay conflictos o situaciones extraordinarias que requieran la plena disponibilidad de los mayores. Ahora bien, la mayoría de los problemas del “síndrome del abuelo esclavo” se resolverían con una auténtica comunicación. Seria la sinceridad de decir un “no puedo” y saber pedir cuando empiezan a surgir problemas físicos y psicológicos derivados del agotamiento.
No pueden olvidar los padres jóvenes que los abuelos no se atreven a decir que no pueden complacerles, por miedo a dejar de sentirse útiles o perder el cariño de los nietos; por tanto, deben estar atentos a las necesidades de sus mayores y, a la vez, es fundamental ser agradecidos y valorarles el beneficio de su entrañable tiempo.
Seria ideal realizar actividades conjuntas las tres generaciones para reírse, disfrutar y pasarlo bien. De esta manera – al vivir una comunicación sin prisa, más relajada y confiada - menos abuelos, de buena voluntad, se romperían por el camino. No podemos olvidarnos que reunirnos para comer alrededor de la mesa también es un elemento de cohesión familiar, de reforzar vínculos afectivos y de crear climas de confianza serenos y sinceros.
Ser prudentes en el empleo de la palabra es fundamental para preservar la autonomía del joven matrimonio, para potenciar su prestigio y para secundar los objetivos educativos que crean oportunos para sus hijos. Siempre acertaremos si llegamos a la conclusión de que lo que queda no son las prédicas ni las recomendaciones, sino lo que se ve, o sea, el testimonio que se ha sabido dar.
Por tanto, el consejo para todos los que ejercemos de abuelos es el de predicar con el ejemplo, tener buen humor, optimismo, afrontar los problemas con serenidad, no asesorar si no nos lo piden, ser afectuosos y cuando hemos cometido un error, deshacer la equivocación y decir: «Me he equivocado, perdona». El afecto a manos llenas sí que perdura en el corazón de los hijos y de los nietos. Los consejos no vale la pena darlos, se deben vivir, es más valioso dar testimonio que pronunciar mil palabras. Es la manera de que los nietos descubran los valores de la discreción y de la prudencia. Y digo los nietos porque nuestros hijos ya lo habrán hecho hará algunos años, nos conocemos perfectamente ya que convivieron en nuestro hogar.
Transmisión de las raíces
¿Y cómo transmitimos las raíces? Normalmente no diciendo frases tan temibles como: “En mis tiempos éramos mejores...”, “Lo de ahora es un desmadre, antes esto no pasaba”.
Tendremos que permanecer atentos para transmitir la cultura de la vida, adaptada a los cambios vigentes pero con los valores de siempre. Tarea difícil pero no imposible cuando en la vida de los abuelos existe un buen contenido de simpatía, de honestidad, de sinceridad, de firmeza, de austeridad, de bondad, de respeto, de solidaridad, de paz y de justicia.
Son nuestras raíces las que se proyectan de un pasado a un presente con la confianza de que nuestros hijos y nuestros nietos las prolongarán. Es fácil transmitirlas porque, normalmente, les atrae el sentimiento y el ánimo con que vivimos el legado que abuelos y padres recibimos de generaciones anteriores.
Se trata de que niños y adolescentes, al reconocer sus raíces, encuentren su identidad y el lugar que ocupan respecto a sus ascendientes. Es su memoria biográfica.
Todos necesitamos más que nunca de la experiencia y presencia de los adultos y de los mayores que están cerca de nosotros. Si el abuelo —que es portador de todo el bagaje de sabiduría—, queda arrinconado y nadie le escucha perderíamos, sensatez, madurez y reflexión
Valoremos con esperanza el privilegio de ser abuelos, capaces de ser conciliadores de la vida familiar, capaces de estar disponibles para dar ternura, fomentar la auto estima de los nietos y estar presentes en el hogar – espacio de la intimidad – donde se crea el ambiente necesario para recorrer con seguridad el camino de la vida.
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