Las palabras no se las lleva el viento.
La palabra hiere o sana. Te lleva a las profundidades o te eleva a lo más alto. Todos lo sabemos porque lo hemos experimentado en alguna ocasión. Todos podemos recordar alguna experiencia transformadora que empezó con unas palabras de aliento, de reconocimiento y también otras que te hundieron, te hicieron dudar, no creer… ¿Cuidamos lo que les decimos a nuestros hijos? ¿Qué palabras escogemos? ¿Qué tono empleamos? ¿Con qué mirada? ¿Las acompañamos con una sonrisa? ¿Qué emoción las impregna?
Cuantas veces nos pillamos diciendo a nuestros hijos “eres un pesado, te portas mal, eres un desobediente, así no vas a llegar a ningún sitio, ya sabia yo que ibas a suspender, eres un caso perdido, eres un vago…” lo decimos así, sin querer…. Pero hay que ser impecable con las palabras porque el lenguaje importa ¡y mucho! No es inocente.
El lenguaje no es solo descriptivo, el lenguaje es generativo, crea, ya que genera oportunidades o limita posibilidades. “Eres esto y lo otro” “¡¡¡Eres, eres, eres!!!”… Cada vez que nos expresamos así estamos hablando a su identidad, estamos conformando su auto-concepto, estamos, con nuestra actitud, comportándonos como si fuera realmente así y lo llevamos al callejón sin salida: “Si soy así, nada puedo hacer yo”, y de la profecía auto-cumplida, “¿Lo ves? Ya lo sabía yo”.
Si no cuidamos las palabras dañamos la relación, hacemos endeble el vínculo que nos une y puede romperse. Las palabras, el tono, incluso la melodía que utilizamos puede influir poderosamente en nuestros hijos tanto positiva como negativamente.
Hemos de ser especialmente cuidadosos cuando hablamos a niños pequeños. Los más pequeños están muy pendientes sobre todo de cómo decimos las cosas, de cómo les estamos hablando. La expresividad de la cara, el tono, la melodía, nuestro lenguaje corporal es de suma importancia. Es vital la intención, la actitud, la emoción que desprenden nuestras palabras. Si no hay coherencia entre el contenido del mensaje y todo esto les confundimos, con seguridad les estamos confundiendo. Les generamos ansiedad e inseguridad, y no es exagerado decir que puede influir enormemente en su desarrollo.
Así, ¿Cómo podemos pedirles que no griten, gritando nosotros mismos? ¡Qué incoherencia!,¿ verdad? Si son muy pequeños podemos confundirlos con mensajes irónicos que no entenderán “Bonito, ¿no? ¡Mamá está muy contenta con lo que has hecho!”. Es importante, cuidar las palabras y el tono con el que les corregimos. Podemos encontrar la manera de hacerlo infundiendo seguridad, firmeza y al mismo tiempo siendo afectuosos con ellos. Eso requiere mucha auto-gestión por nuestra parte. No siempre lo lograremos. No pasa nada. Tomamos consciencia y seguimos adelante. Todos nos equivocamos.
Te invito a prestar atención la próxima vez hables con una persona. Siempre miremos a los ojos a nuestros hijos cuando nos cuentan algo, ellos lo están esperando de corazón. Ahora tú..¿Qué palabras vas a escoger para tus hijos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario